martes, marzo 24, 2009
"Desobediencia, independencia y libertad"
Cortesía de E. Sanchez Vegas.
Durante siglos reyes, sacerdotes, señores feudales, empresarios y padres han insistido en que la obediencia es una virtud y la desobediencia es un vicio. Otro punto de vista nos permite enfrentar esta posición con el acto de desobediencia que inaugura la historia humana y que tuvo por protagonistas a Adán y Eva. Ambos “estaban en la naturaleza como el feto en el útero de la madre”, expresa Erich Fromm en sus ensayos. Ambos eran humanos con rasgos semi-divinos, pero con el acto de desobediencia todo cambió, es decir, al romper los vínculos con la tierra y madre fueron capaces de dar el primer paso hacia la independencia y la libertad. Ese acto de desobediencia los transformó en individuos. El “pecado” lejos de corromper al hombre, lo liberó; y es aquí donde comienza la historia. Al abandonar el Jardín del Edén, mujer y hombre tuvieron que aprender a luchar y a confiar en sus propias fuerzas para convertirse en humanos. Para los profetas el hombre se vuelve humano en la historia, pues a medida que avanza desarrolla sus capacidades de amor y de razón, hasta crear un equilibrio entre él, sus semejantes y la naturaleza. A este equilibrio, vale decir, armonía, se le describe como “el fin de los días”. Este período de la historia lleno de paz entre los hombres y la naturaleza constituye el nuevo paraíso creado por el hombre una vez perdido el “viejo” paraíso por su desobediencia. Tanto para el mito hebreo de Adán y Eva, como para los griegos, a través de Prometeo, toda la civilización humana se basa en un acto de desobediencia. Al robar el fuego a los dioses, apunta Fromm, Prometeo sembró las bases de la evolución del hombre. No habría historia humana si no fuera por el atentado de Prometeo, quien, como Adán y Eva, fue castigado por su desobediencia.
El hombre continuará evolucionando mediante actos de desobediencia, porque ellos denotan autonomía, sentido crítico. Su desarrollo espiritual solo fue posible gracias a otros hombres capaces de decir no a otros poderes en nombre de su conciencia, de su fe, y de su inteligencia, entendida como la capacidad de establecer relaciones. La evolución intelectual, plantea Fromm, dependió de la capacidad de desobediencia a las autoridades que trataban de reprimir los pensamientos nuevos, porque para ellas el cambio no tenía sentido.
Si la capacidad de desobediencia o la “resistencia pacífica a las exigencias o mandatos del poder establecido”, constituyó el comienzo de la historia humana, la obediencia y la sumisión bien pueden provocar el fin de la historia humana. La obediencia a mi propia razón es un acto de afirmación no de sumisión. La obediencia a una persona, institución o poder es sometimiento, abdicación a mi autonomía y aceptación de una voluntad ajena en lugar de la mía. Sin embargo, no significa que toda desobediencia sea una virtud, y un vicio toda obediencia. No, si consideramos que existe una relación dialéctica entre obediencia y desobediencia cuando los principios a los que obedecemos y desobedecemos son contrarios e inconciliables. Un acto de obediencia a un un principio es, necesariamente, un acto de desobediencia a su contraparte, y viceversa. Si, por ejemplo, obedecemos a las leyes inhumanas del Estado estamos desobedeciendo, necesariamente, las leyes de la humanidad. Si, por el contrario, obedecemos a las leyes humanas, desobedecemos a las del Estado. Los atentados terroristas de los últimos años constituyen una muestra de que obedecemos a pasiones anticuadas de temor, odio y codicia, porque obedecemos a moldes obsoletos e irracionales de soberanía estatal, honor nacional, y fe religiosa. Existe la posibilidad, o incluso la probabilidad de que la raza humana destruya la civilización en los próximos años. Hecho que carece de sentido si consideramos que vivimos en la Era atómica, pero la mayoría de los que están en el poder vive aún con ideas atrasadas y lentas sobre política, Estado y sociedad con relación a la era científica.
Si la humanidad sucumbe será porque se obedecieron las órdenes de presionar el botón de la destrucción. Los que hablamos de revoluciones y de libertad estamos desalentando la desobediencia, los primeros por la fuerza explícita y los segundos mediante métodos sutiles de persuasión. Pero existe otra defensa: los grandes hombres, los mártires de la fe religiosa, de la libertad, y de la ciencia han sido modelos de una conciencia humanística, han tenido que desobedecer a quienes deseaban acallarlos, para seguir los caminos de su propia conciencia, de las leyes de la humanidad, y de la razón. Ellos tuvieron un conocimiento intuitivo de lo que es humano e inhumano, de lo que contribuye a la vida y de lo que la destruye. Un hombre que sólo obedece es un esclavo. Si sólo desobedece es un rebelde, no un revolucionario, porque actúa llevado por la furia, el despecho, el resentimiento, pero no en nombre de un principio, ni de una convicción humanitaria.
Erich Fromm
UN HOMBRE QUE SOLO OBEDECE ES UN ESCLAVO
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